sábado, 23 de octubre de 2010

no hay vuelta atrás

Yo estaba allí, otra vez. La vida no me sonreía y mis tentaciones depresivas se hicieron realidad. No tenía ganas de continuar así y tampoco sabía como salir de eso pozo en el cual no paraba de cavar hasta encontrar agua y esta ya me tapaba la boca.

Pensé en volver al alcohol, tantos años de serenidad tampoco me ayudaron a mejorar. No mierda, sería un acto cobarde e irresponsable. Pedí un vichy.

Pensé en saltar por el barranco con mi coche a dos cientos sin cinturón pero no valía la pena, tantos años trabajando para pagar el coche...

Pensé en muchas cosas y al final decidí alquilar un vuelo y saltar en paracaídas. Una vez en el aire no soltarlo y morir felizmente volando entre las nubes.

Estábamos a cuatro mil pies de altura, la temperatura era gélida y el oxigeno no brillaba por su abundancia, aún así me encendí un cigarro seguramente el último de mi vida.

El piloto me cantó las cuarenta, yo ni caso. Acto siguiente empezó la cuenta atrás empezando por el diez. Al siete ya estaba en el aire. Joder que belleza, joder que paz, joder que forma tan bonita de morir; estampado en el suelo rural que a mis pies se difuminaba.

Unos segundos bajado en picado, mil reflexiones en mi cabeza. A la mierda, no vale la pena, no sería digno de mi cabeza, no seria una muerte digna para un samurai de la calle. Tiré de palanca y abrí el paracaídas.

Una vez aterrado me fuí al banco, vendí todas mis pertinencias, me deshice de todos mis usufructos y me aliberé de mi pasado.

Fui al bar y me tomé un café antes de perder por las carreteras. Una nueva vida tenía que empezar, un último llanto, un último adiós pero esta vez un adiós a la rutina.

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