sábado, 24 de marzo de 2012

La primera visita.

Había llegado diez minutos antes de su cita, puntual como siempre. El bayben  de sus piernas delataba su nerviosismo.

Pese a su edad, era la primera vez que Ann acudía allí. Todas sus amigas, toda su familia le habían hablado de él. Era algo indoloro y saludable pero ella nunca pensó en  ir.

Sonó su nombre por el eco de la sala de espera. Ann se levantó tímidamente del asiento donde esperaba sonrojada cual niña que va  recoger un premio floral. Al entrar en la consulta el médico le señalo la cortina tras la cual se podía cambiar.
Ann se desnudó y se tapo con la típica fea bata de hospital. Se sentó en esa extraña camilla con brazos. Se abrió de piernas y dejó a la vista todo su sexo, el que nadie antes pudo ver. Se había depilado para lo ocasión (consejo de una amiga) y el contacto del aire con su vagina le era extraño.

El ginecólogo le hizo unas preguntas. Contestó con tartamudeo y la voz rota, nunca había hablado con nadie con el sexo por delante. Una vez terminado el cuestionario, el ginecólogo se vistió sus manos con guantes de látex y se se aproximó hacia ella.

Era la primera vez que alguien le tocaba, empezó a sudar.

El médico introdujo uno de sus dedos dentro del sexo de Ann. Ella cerró las piernas por acto reflejo. El doctor se percató de su nerviosismo y se aproximo a ella mientras que con su voz, grave y profunda, le susurró algo al oído. Esas palabras, que solo ellos dos sabrán, relajaron a Ann. Cerró los ojos, respiró profundamente y lo dejó trabajar.

De repente, mientras el ginecólogo hurgaba por sus bajos algo pasó. Un cosquilleo recorrió toda su espinada hasta llegar a sus labios y provocarle una sutil sonrisa. Sus rosados y pequeños pezones se erizaron como si una corriente de frío polar hubiese entrado por la ventana. Un pequeño temblor sacudía su muslo. Era una sensación que no reconocía, nunca antes la había sufrido o ...disfrutado.

Él introdujo un objeto metálico y  frío. Eso provoco un pequeño gemido que Ann intentó disimular. Ann no sabía que una tormenta de placer empezaba a brotar de su coño .
El médico continuó manipulando sus juguetes y Ann se cogía cada vez más fuerte a las abrazaderas de la camilla. No lo podía controlar, eso era superior. Nunca antes lo había probado. La vista se le empezaba a nublar, los pezones parecían que quisiesen salir de sus pechos, la piel estaba más sensible que una noche con M y su sexo. Su sexo estaba más húmedo que los suelos de un pantano. Todo su cuerpo era un circuito de terminaciones nerviosas demasiado sensible para su saber. No podía controlar ese nuevo estado, pero le gustaba. Le encantaba.

-¿Todo bien?- preguntó sorprendido el ginecólogo.
-Perfecto- jadeó Ann.

Un segundo después explotaba de placer salpicando todo el rostro  del doctor.

Ann volvía andando por la calle perdida. No encontraba explicación, no sabia que había pasado solo sabía que esa sonrisa era difícil de quitar.

Se paró ante un mostrador lleno de luces y productos de cuero.Allí lo vio. Dudo si entrar o no, qué pensarían sus amigas si supieran algo de eso? Y su familia? Le dio igual, no se lo contaría a nadie. Sería su secreto. Entró y lo compró.

Des de ese día Ann es feliz con el único problema que gasta más en pilas que en comida.