lunes, 21 de mayo de 2012

Un día de excursión

Me senté en el estrecho hueco que dejaba la butaca con el sucedáneo de mesa. Ese vagón parecía mío. Una infinidad de asientos solos para mi disfrute y jolgorio. Siempre pensé que en la capital me esperarían grandes aventuras y nuevas experiencias, pero no tan pronto, no tan rápido.

Mi goce fue más efímero que el orgasmo de un conejo. La multitud aguantó hasta última hora cual maratoniano  a la recta final del estadio para subirse a las entrañas de ese gusano de hierro.  Jamás vi a tanta gente junta con un mismo objetivo, ni en las romerías de mi pueblo.Eran cientos!! Eran miles!!!…Eran veinte,pero es que en mi pueblo éramos 15 habitantes y dos en coma.

Enfrente de mi se sentó una bella dama de áureos rizos y una sonrisa tapada por una tupida capa de vello facial más digna del herrero del pueblo que de mujer de capital, o eso creía yo por las fotos vistas en revistas. No dejaba de ser una  atractiva fémina con su viril atractivo, por lo menos más que la  Guaja, oveja reina de mi rebaño.

Su cara era un mapa Lunar;  cráteres  rodeados de valles soporosos  de un blanco y espeso pus de  textura más parecida al requesón hecho con la leche de Guaja que de un fluido corporal. Bajo ese tupido bigote se escondía una boca llena de vacíos dentales. Intenté no descontarme al contar sus dientes y llegué  a tres.

Seguí mi reconocimiento físico y dirigí mi sutil mirada hacia su cuerpo.

Esa moza a parte de ser una diosa helena también era una diva de la moda; se acicaló para un vulgar trayecto en tren como si a una boda debiera asistir, eso denotaba mucha clase, y respeto.

Un suerte de puno de cruz, seguramente hecho por su madre o su bisabuela, cubría todos esplendoroso y voluminoso cuerpo hasta tapar ese cuello de “sharpei” lleno de arrugas. Me entretuve tratando de adivinar cual de esos cuatro bultos de tamaños asimétricos serían sus senos, no lo conseguí adivinar.

Seguí mi revisión visual hacía abajo, ya solo me quedaban caderas y muslos. Oh dios, solo recordar eso me debilito. Esas fértiles caderas iban vestidas por una corta falda hasta esas redonda rodillas que eran como dos melocotones en la orilla  de un mar de naranjas. Que carnes, que curvas, que felicidad para cualquier ser vivo adentrarse  en esos prados cual expedicionero en busca de nuevos mundos.

Estaba un poco traspuesto ya que por primera vez sentía algo para alguien que no fuera la Guaja. No sabía si eso era infidelidad o no, pero la capital era así; viciosa. Ya me lo dijo el párroco mientras sacudía mi pichita en busca de las últimas gotitas de blanco pis.

La miré a sus bizcos ojos e intenté mediar palabra, no pude. Con Guaja todo era más fácil. Ella se percató de mis vergüenzas y me mostro una bonita sonrisa. Sus ojos me indicaron un camino a seguir. Mientras intentaba esconder mi mirada bajo el firme suelo me encontré con sensual movimiento de piernas. Cruzó las piernas dejándose ver todo su  tupido sexo. Un fuerte olor a podredumbre mezclado con sardinas pasadas se instaló en mis fosas nasales sin dejar paso alguno a ningún otro olor. Yo era de montaña cerrada y el olor a mar me era poco familiar. Me imaginé vivir con esa gorrina a las puertas del océano y al despertar cada maña,sentir como ese frondoso felpudo se aposentaba en mi boca y practicábamos el famoso sexo oral. Hasta la fecha lo único que me había introducido entre mis carnoso labios había sido la berga del obispo  en mi niñez cuando nos visitaba al orfanato y teníamos tutorías personalizadas.

Me entro miedo. Nunca pude pensar que un día de excursión a la capital podría empezar así. Y si empezaba así, como podía terminar? Dejé mi imaginación volar : una casa llena de queso y vino. Cabras andando a sus anchas y mujeres peludas con voluminosas barrigas e infinidad de recovecos dónde lamer y fornicar…

Un amable señor me pidió un billete. Yo, amable como la iglesia me enseño dándoles todos mis ahorros para reformar la capilla del pueblo, le di mi cartera. El macizo se ofendió y me pidió a gritos el tiquete, billete o como quisiera llamarle. No lo entendía; me pedía un billete y yo le daba 5.000 pesetas.Saco un bolígrafo y una libreta. Aquí me acojoné, hacía mucho que no practicaba el arte de la escritura y , con  mi erección y nerviosismo, no era el día para hacer un examen sorpresa. Me preguntó mi estación de salida. Le expliqué q no era exactamente una estación, sino más bien un paso entre estaciones. Que normalmente los del pueblo lo utilizamos para ir al pueblo vecino y volver pero por vez primera yo abusé de la confianza y seguí hasta la capital. El trabajador no quiso escuchar y me dio un recibo de 30.000pesetas. Pregunté a cuantos años era el préstamo, me respondió que era una deuda y de pago inmediato y que yo estaba de patitas fuera del tren.