sábado, 17 de septiembre de 2011

Sin T.V

Cuando llegué y vi que en ese salón, en el cual me iba a pasar todo el verano, no había televisor me entró  una sensación de ansiedad terrible en mi cuerpo, la misma que puede tener un fumador que llega a casa sin tabaco o un alcohólico sin su botella. No miraba mucho la tele, pero sabia que siempre estaba allí para adobar mi cabeza en cualquier momento de aburrimiento, para callar una conversación no deseada o simplemente para llenar el vacío que dejaba un silencio de domingo. Y qué tontería tenía en mi cabeza!!!


La mayoría del tiempo, aunque muchos digan que no, la tele nos aburre. Nos pasamos más tiempo buscando un programa o mirando anuncios que disfrutándola y no lo aceptamos. Esa basura de invento, que nos consume nuestras horas libres como un cerdo el pienso que le damos de comer, es el mayor culpable de nuestra falta de imaginación. Por cada película aceptable que nos propone su programación nos tragamos 10 de infumables, por cada programa interesante que emite vemos 5 que son más nocivos que el tubo de escape de un camión, por cada hora de buena información mil mentidas manipuladas nos dan. Esas fueron mis premisas para poder entender un verano sin televisión. Un auto-engaño? quizás sí, pero el tiempo me las reafirmó.


Antes del verano me levantaba y desayunaba con el telediario a modo de sintonía matutina. Comía y me dormía con un documental. Cenaba con otro noticiario y veía alguna película, no escogida por mi sino por un mandatario de la cadena. Los sábados de lluvia y los domingos de resaca era mi única amiga. Ella, encendida todo el día y mi cerebro en stand by. Una sensación irreal de placer.


Durante el verano todo cambió. Su ausencia fue una bendición. Me levantaba y leía un periódico de arriba a bajo. Comentaba las noticias con mi novia, criticábamos la opinión y debatíamos sobre el mundo. Nos reíamos de nuestra incultura y falta de conocimientos, de los puntos de deuda pública y de la madre del topo.


Comíamos hablando de todo o simplemente disfrutando del sabor de la comida en silencio. Cenábamos planeando un paseo bajo las estrellas o una visita al cine. Un sábado de lluvia hacíamos el amor como en todo el año no lo habíamos hecho, un domingo de resaca...Los pasábamos como podíamos. No había horas muertas delante la pantalla ya que para estar en casa salíamos a pasear, nadar, correr o simplemente a sentarnos en una terraza y ver a la gente pasar. En resumen; la falta de caja tonta nos hizo conocernos más y mejor.


Ahora me cambié de piso. Ya tengo tele y no tengo Internet (aún) y para el colmo de todos, mi compañera está a kilómetros  de mi. Por suerte un buen libro en la mesa hace que el botón de apagado vuelva a funcionar.



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