viernes, 6 de enero de 2012

A tiempo

Hacía cuatro días que no encontraba mi casa, lo de fiestas navideñas me lo tomé demasiado apecho. Mi fragancia de Chanel se había convertido en la peor de los olores que un ser humano pude soportar, mi chaqueta no era del mismo color ,creo recordar que cuando salí de casa era más bien clara, ahora era marronosa  y llena de manchas. Las zapatillas pesaban más de lo normal y mi cartera estaba vacía, ni un euro en ella.

Todo esto me hizo pensar que debía regresar a mi hogar. Bueno eso y algunos síntomas físicos. Primero de ello debía encontrar las llaves y saber dónde coño estaba -el orden no importaba-.

Una vez localicé la ubicación de mi presencia hurgué en mis bolsillos en busca de mi Iphone. Tonto de mi pensé que aún le restarían unas rayas de vida pero los teléfonos no son como los perros y no tienen nada que ver con sus dueños. Aproveché esa sorpresa y esnifé, disimuladamente, mis últimos polvos a ver si así recuperaba un poco de fuerzas y podía llegar a casa andando. Las llaves ya las encontraría más tarde, supuse.

Me dispuse a andar con el brío de un soldado dirección a mi hogar pero notaba algo raro dentro de mi.

Nunca me gustaron mucho las drogas, era más de la antigua escuela :bebe hasta no poder más, allí está tu límite,por eso me sorprendio su presencia.  Claro que  tampoco me acuerdaba del porqué de esa harinita blanca en mi bolsillo, es más , no me acordaba de nada de los últimos días. Supuse que estuve de fiesta demasiados días seguidos y se me fue de las manos. Que le vamos hacer, tampoco me esperaba nadie en casa.

Todos esos pensamientos me hicieron pensar que mi malestar era simplemente cansancio e intoxicación acumulada. Seguramente mi dieta a base de alcohol destilado y comida basura no era el mejor ejemplo de una vida sana. Seguí andando rezando -aunque era un ateo convencido- que nadie me conociera. No era una persona con muchos amigos, pero ya se sabe que en las peores situaciones siempre te encuentras algún imbécil y te pregunta "que tal la vida?. Mientras proseguía mi angustioso paseo examinaba mi cartera para cerciorarme que todo estaba allí y no me faltaba de nada: DNI, tarjeta seguridad social, recibos - me irán bien para recordar-,y mi VISA. Jadear que alegría! Al verla paré de andar de golpe como el típico tren del metro de N Y en las películas de acción. Si mis zapatillas hubieran tenido suela suficiente seguro que hubiese salido chispa. Mis planes habían cambiado, ahora solo buscaba un cajero.

Mi salvación estaba cerca, o eso creía. Vi un cajero de una entidad bancaria que no era la mía. En otras circunstancias hubiera buscado la mía hasta el fin del mundo, no había cosa que odiara más que pagar comisiones a esos hijos de puta de los bancos, Pero eso día todo me daba igual,solo quería llegar a casa lo más pronto posible, comer algo, ducharme y ... Mis tripas se removía como cuando un embrión da patadas a su madre dentro del seno materno. Dios, recordé algo : la última vez que fui al baño a dejar mis obras escatológicas fue en mi casa, y hacía cuatro días que no entraba en ella. Tenía que correr o algo grave podía pasar y si pasaba me podría detener por atentar contra el medio ambiente o contra la humanidad.

Mis tripas se  enteraron de mis miedos y apretaron más de lo normal, supongo que mi dieta durante esos cuatro días no fue la más adecuada. Notaba como el tapón creado por el fortarsec -un vicio tonto que tenía antes de salir a tomar algo- se iba agrietado como una presa a punto de explotar. Unos pedos húmedos y apestoso se iban escampando de mi ano como las tímidas lágrimas de un macho metrosexual al perder sus anabolizantes. No podía tardar mucho en llegar a casa, algo gordo se asomaba.

A lo lejos vi una luz verde. Alcé el brazo  para que me viera y parara pero el hijo de puta del conductor no se enteró de mi señal y prosiguió su camino. Así se estampe, pensé.

Estaba vendido a mi destino, una terrible marea marrón acuosa bajaría por mis piernas sin yo poder hacer nada. La desesperación se apoderaba de mi, no encontraba más salidas. El taxi fue mi última esperanza y se me había ido como los granos de arena de las manos de un bebé. Nada podía hacer.

Entre mis lamentaciones levanté la cabeza para gritar una blasfemia de las más divinas y entonces, y entonces vi la luz: Una bicicleta tirada en un contenedor ,eso pijos de los barrios altos a los que tanto insulté me habían salvado la vida. De bici tenía poco, solo tenía el esqueleto y dos ruedas pinchadas. Ni sillín, ni frenos, ni cadena. Me daba igual; mi casa estaba cuesta abajo y mi culo no podía más. Sabía que tenía que llegar a casa en poco tiempo o la caja de Pandora sería una broma al lado de mis nalgas.

Puse un pie entre el cuadro y el otro empujaba a modo de patinete, mis gases alertaban a los pocos transeúntes de mi paso a modo de timbre.

El invento funcionó y por fin visualicé el portal de mi casa. Con toda esa presión no me había acordado de buscar las llaves de mi casa y no estaba muy seguros de tenerlas. Así era. Pero mi subconsciente, mucho más inteligente que yo, me recordó que estaban dentro del buzón. Timbré a uno de los pocos vecinos. A la segunda me creyó y me abrió las puertas. Metí la mano en el buzón como un veterinario haciendo un tacto rectal a un yegua- Notaba como mi culo se iba dilatando poco a poco, me restaban menos de cinco minutos para dar vida a un mojón.El ascensor no bajaba y decidí subir a pie - no fue la mejor de las decisiones pero lo tenía que hacer. Hacía más de diez años que no hacía deporte, me fumaba un paquete y medio al día de tabaco y vivía en un ático-. Escalé los siete pisos como pude. Las manos me temblaban, me costó atinar la llave a la cerradura. Estaba muy cerca de llegar a mi meta, lo tenía que conseguir. Abrí. Carros de fuego sonaba en mi cabeza mientras corría hacía el lavabo. Crucé la meta, me baje los pantalones y mi culo se parecía más a una boca de una bulímica después de una cena de navidad que un ano humano. Dios,que placer, que gusto,que alivio....

Ahora solo me quedaba recordar y creo que mi teléfono me iba ayudar...

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